Victor Polay se despide de su madre, Otilia Campos de Polay
Otilia, sabías orillar con tiernas manos
la frialdad de los barrotes que aprisionan
los calendarios de la libertad mil veces negada.
Otilia, repetías con confianza resignada
eso que no olvidaré aunque no lo resista
en la desolación de los calabozos sórdidos
donde brilló tu corazón insolado, en tu mirada
atenta a la noticia que tardaba adormecida.
Viste al hijo de tus entrañas padecer sin quebrarse
y lo viste envejecer prematuramente en sus harapos
Viste al hijo de tu vientre resistiendo estoicamente
y cómo fue cegándose en el vano vacío de las sombras
Viste al hijo no doblegado por un plato de lentejas
y supiste porqué ahoga la usura maldita del silencio.
Días de visita, Otilia, fiambre frío y agua,
revisión de prendas, manoseo indiscreto
de tan pocas cosas inmerecidas de sospechas,
pero algo impoluto llevabas oculto para darlo.
Los días del encierro, la luz por media hora
media hora para que concurran los más cercanos
Y treinta minutos los culminabas en un beso,
una vez al mes esperando semanas para darlo
Otilia, te fuiste haciendo madre de hijos ajenos
al festín triunfante de los que no perdonan
y discutíamos mucho de jorobas ideológicas
disimuladas torpemente para no enemistarnos.
Otilia, te quitaron la vida sin merecerlo y ahora
somos seres espectrales entre relámpagos de llanto
porque nos han arrancado el hueso cenizo del amor
y han desollado la orfandad de nuestra escasa inocencia.
Otilia, estás aquí, en el ventrículo izquierdo
de cada combatiente.
(Dante Castro)